Bueno, después de un periodo de desconexión, ya estamos por aquí de nuevo, a punto para reemprender mis labores blogueras... En este caso se trata de explicaros nada más y nada menos que una aventura especialmente motivadora y emocionante por tierras australianas, centrada principalmente en lo que la gente moderna y que está a la última llama road trip; en definitiva se trataba de realizar una ruta en campervan (furgoneta adaptada típica al servicio de las inquietudes de la población australiana, y últimamente también de turistas entusiasmados por conocer su territorio de cerca) siguiendo la costa sudeste del país entre Sídney y Melbourne.
Antes de continuar, explicar que yo siempre he tenido una fijación importante con el país que nos ocupa en el presente escrito. Ya desde bien jovencito, prácticamente un adolescente, escuchaba por la radio las llamadas de las autoridades australianas animando a toda aquella persona que cumpliera unos mínimos requisitos a trasladarse a Australia a cambio de tierras en el interior del país, con el objetivo de ir poblando progresivamente ese vasto y salvaje territorio. Hoy día, como podéis suponer, los requisitos mencionados se han endurecido ferozmente, hasta el punto de vislumbrarse ya en el horizonte la desaparición de este peculiar y tradicional programa migratorio, en gran parte debido a la oleada, casi invasión, asiática que ha barrido las principales ciudades, y a que precisamente la inmigración se ha acabado concentrando casi de forma absoluta en las mismas, buscando un clima, unos servicios y, en definitiva, unas condiciones de vida mucho más amables que las propias del interior del país, incluso que las de la misma campiña costera entre metrópolis. En fin, como iba diciendo, debo reconocer que el mensaje que escuchaba día sí y día no a través de los medios de comunicación españoles caló en mi conciencia y consiguió que durante una buena temporada, llegados ya mis 18 años, incluso me plantease aprovechar la oportunidad que se me brindaba como una opción real de vida, hasta el punto de hablarlo con un amigo y quedar ambos en explorar dicho camino si una vez acabados los estudios universitarios la vida no nos sonreía de forma especialmente próspera en nuestro país. Claro está, el paso del tiempo te va obligando a tomar decisiones parciales cada una de ellas, pero que en su conjunto te van llevando por un camino muchas veces no previsto (admiro profundamente a aquellas personas que desde prácticamente la infancia tienen claro lo que quieren hacer con su vida y se marcan una hoja de ruta de la que no se alejan en ningún momento; eso va más allá de una vocación profesional, es una vocación de vida) y que finalmente te aleja de tus sueños adolescentes.
El hecho es que yo, sin haber tenido contacto previo con el país, sí tenía una relación emocional con Australia, algo que sin duda estaba pendiente de concreción, y que este viaje que quiero compartir con vosotros/as ha sido una buena manera de enhebrar la aguja (pasar una hebra de hilo por el ojo de una aguja de coser) ...
De entrada, como podéis suponer, comenzamos a preparar con seis meses de antelación todo lo relacionado con esta estancia de un mes (agosto 2019) en tierras australianas, procediendo a reservar vuelos, campervan e incluso algún hostal/albergue de soporte durante unos pocos días para hacernos más llevadera la ruta (no en vano uno ya tiene una edad que impone unos ciertos límites fisiológicos a las aventuras mochileras ...). Sobre los vuelos imprescindible hacerlo así, los precios pueden multiplicarse por 2 e incluso 3 en fechas más cercanas a la del viaje. Sobre la campervan, no existe una fluctuación tan importante, pero igualmente es aconsejable no esperar a última hora, ya que dependiendo del periodo vacacional es posible que ya no se encuentre lo que se busca. Sobre el alojamiento, fuera de lo que se reduce a dormir en la propia campervan, es más o menos indiferente la fecha de la reserva, los precios no varían de forma importante, principalmente porque son precios que en todo momento se mantienen en un nivel realmente elevado, y ya no me refiero al clásico y decente hotel de dos o tres estrellas al que estamos acostumbrados en Europa, sino a una especie de hostales/albergues en los que prima la comunidad, o sea, el compartir habitación, baño y cocina con otros/as viajeros/as, única manera de no gastar el presupuesto de un mes en una semana, y no lo digo únicamente por el precio del alojamiento en general, sino por el hecho comprobado de forma 100% empírica de la importancia que tiene allá poder comprar en el supermercado y cocinar tu comida cada uno de los días de la estancia, dados los estratosféricos precios de la restauración del país, incluso superiores, diría yo, a los del alojamiento turístico y, en todo caso, comunes a los de la hostelería en general. Nosotros, valga decirlo, reservamos en estos hostales unos pocos días en cada gran ciudad (Sídney y Melbourne), siempre, eso sí, en habitaciones privadas (compartiendo todo lo demás...), para poder recorrerlas y disfrutarlas con un mínimo de comodidad.
Al margen de estos preparativos, los referidos al equipaje, el cual es preferible livianizar en lo posible y acotar en mochilas manejables para facilitar su transporte y gestión durante la road trip (las campervan no lucen por su capacidad de almacenaje, dado que ya van muy cargadas con los pertrechos para hacer frente al sueño y la alimentación). Por supuesto, la moneda extranjera, dólares australianos (aproximadamente 1,50$ por cada euro), efectivo que se puede reducir a la mínima expresión, dado que si se transita por la zona amable de Australia (costa este/sudeste entre Brisbane y Adelaida) acabas comprobando que no lo necesitas más que para pagar en las lavanderías (y aún allí te cambian billetes por monedas sin ningún problema), siendo además mucho más eficiente el pago con tarjeta, dado que el cambio, aun sumando la comisión, es mucho más ajustado al mercado que no el que te puedan ofrecer las empresas de cambio de divisas, realmente onerosas.
A todo esto, finalmente llegó el 31 de julio y emprendimos vuelo mi mujer, mi hijo menor y yo hacia tierras de Australia, concretamente hacia Sídney, con escala en Doha (Catar), vuelo cuyo primer tramo duró unas 7 horas, con 3 más de conexión en el aeropuerto catarí, realmente espectacular, puro lujo, y cuya segunda etapa nos llevó a nuestro destino en unas 14 horas aproximadamente, llegando todos nosotros realmente vapuleados, con el cuerpo insensible y sin energía de ningún tipo, dando gracias al prudente razonamiento que nos condujo a reservar hostal en Sídney durante los primeros 5 días de estancia, decisión estratégica para poder recuperarnos del viaje, superar el jet lag o trastorno de desfase horario, especialmente duro en un trayecto de estas características, y, por supuesto, para conocer y disfrutar de una ciudad tan espectacular como Sídney, ubicada en el Estado de Nueva Gales del Sur.
La suerte nos acompañó en el trayecto desde el aeropuerto al hostal, dado que el transporte público en la ciudad es excelso y, aunque caro, funciona como un reloj, y pudimos trasladarnos de forma muy cómoda hasta el mismo centro y justito al lado de nuestro alojamiento temporal, lo cual fue una primera alegría para el cuerpo que agradecimos por igual. El hostal, aunque un poco cutre, ofrecía lo necesario para dormir, asearte y cocinar, así como una atención que nos sorprendió por exquisita (gracias y saludos Ben), y en el cual ya empezamos a vislumbrar que al tratarse de temporada baja (invierno, eso sí, suave y templado - entre 18 y 22 grados -) íbamos a tener cierta agradable intimidad en los espacios en los que nos tendríamos que ubicar y mover, haciendo más asequible la idea de tener que compartirlos con otras personas.
Esta primera etapa de nuestra estancia en Australia la pasamos recorriendo el maravilloso centro de la ciudad de Sídney, disfrutando de su benévolo clima y de sus atractivos urbanos y naturales, los cuales generan una armonía deliciosa para la ciudadanía, promoviendo la ocupación, el uso y el disfrute de los diferentes espacios diseñados para el ejercicio de la vida social. También hay que decir que el idilio con la ciudad iba acompañado de un desasosiego que parecía a todas luces interminable a causa del desajuste del sueño, una tortura que no nos permitía dormir de noche y nos mantenía aletargados y somnolientos de día, y que prácticamente nos duró hasta la finalización de esta primera etapa en la ciudad más poblada de Australia, después de cinco días de largos y agradables paseos visitando la zona portuaria y sus alrededores, llena y llenos de vida y belleza: Bridge Harbour, Opera House, Old Town, Royal Botanics Garden, Darling Harbour, etc. Realmente he de decir que en pocas ciudades de este tamaño he encontrado un ambiente tan acogedor y adecuado para el desarrollo de la vida de las personas; creo que al margen de los aspectos climáticos, llegamos a la conclusión (obvia) de que en Australia cuidan de forma excepcional y detallada el servicio a la población, intentan que toda persona que se encuentre en un determinado centro urbano tenga a su alcance los servicios básicos que se puedan considerar indispensables (eso sí, otra cuestión es el precios de los mismos), además de un entorno adecuado para sentirse a gusto. Por ejemplo, en ningún otro lugar de los que he recorrido en mi vida he visto el despliegue de baños públicos, y en perfectas condiciones de limpieza y funcionamiento, que hemos podido observar y disfrutar en estas tierras, principalmente, claro está, en las grandes ciudades, baños además totalmente gratuitos, y que en ocasiones contaban además con duchas de agua caliente... Es también increíble el buen gusto y cuidado de las grandes superficies de espacio natural que reservan para el ocio y deleite de los ciudadanos y ciudadanas, y que inundan la urbe de una armonía deliciosa, algo que nuestra familia disfrutó en grado sumo. Huelga decir que otros importantes servicios, como pueden ser el transporte público y la hostelería, mantienen el nivel comentado, pero en este caso ya a costa de una exigencia económica que en algunos casos roza lo esperpéntico, y que por lo que nos comentaron en el propio país sería extensible a la vivienda, la sanidad y la educación, supuestos que, por tanto, ya no casarían tanto con la visión idílica transmitida hasta el momento, y más bien darían visos de una sociedad con una visión muy yanqui del capitalismo, algo que durante el desarrollo de nuestro viaje podríamos acabar de comprobar.
En los últimos coletazos de estos primeros cinco días, mientras recuperábamos por fin el norte de nuestro cerebro y extremidades y nos disponíamos a iniciar la aventura en campervan, aprovechamos para acercarnos a la zona playera más conocida de Sídney, Bondi Beach, para saborear el ambiente surfista característico y pasar un día tranquilo a orillas del mar.
Por fin llegó el día, 7 de agosto, y nos dispusimos a cargar los bártulos y salir para la empresa de alquiler de campervans, en las afueras de la ciudad, muy cerquita del aeropuerto internacional. Una vez allí, y después de una atención exquisita y didáctica acerca del funcionamiento de los variados artilugios y prestaciones de la furgoneta que nos iba a trasladar y alojar por el territorio australiano durante 18 días, nos pusimos en marcha, en primera instancia, hacia un supermercado, con el fin de abastecer nuestra despensa para los siguientes días, y, posteriormente, en dirección a nuestro primer destino costero en el camino hacia Melbourne, Killalea State Park, en donde se suponía que íbamos a disfrutar de nuestro primer y explosivo contacto con la naturaleza exuberante que se veía por doquier en esta franja litoral enmarcada por una cordillera al norte y por el océano al sur ... Nada más lejos de la realidad, no he comentado que los días australianos en esta época son realmente cortos, y que a partir de las 17 horas ya se hace prácticamente de noche, además de que las carreteras australianas, al menos por la zona costera, tampoco son especialmente rápidas, pues la orografía es complicada y condiciona tanto su diseño como la circulación por las mismas, la cual se debe realizar con cuidado y a velocidad muy controlada (en muchos tramos el tope era 80 km/h), entre otras cosas debido también a la cantidad de animales que te puedes encontrar cruzando la vía (canguros, wombats, etc.); en definitiva, cuando llegamos al destino mencionado no se daban las condiciones de horario y de visibilidad más adecuadas para perdernos por los bosques y las playas que suponíamos tan apetecibles, hecho que una vez constatado, y ante nuestra perceptible decepción, nos obligó a buscar sitio para una primera noche de acampada, primera noche que marcaría el devenir del resto del trayecto en campervan.
Esa noche la pasamos en zona de acampada libre, una de esas que los blogs recomiendan por disponer de los servicios necesarios, por estar en medio de exuberante naturaleza y por facilitar las relaciones sociales e, incluso, la diversión...En nuestro caso vivimos una experiencia totalmente diferente, pues los servicios (y nunca mejor dicho) existían pero estaban en un estado digamos mejorable, la naturaleza se intuía y, de hecho, se veía pero en la lejanía, mientras que la supuesta sociabilidad australiana, reducido sensiblemente el público objetivo por la temporada invernal, quedaba en manos de unos/as pocos/as australianos/as quizá medio hippies, pero más bien hoscos y poco dados a compartir ni tan siguiera la mirada con una familia extranjera, algo que, en contra de lo que promulgan las redes, nos encontramos demasiado a menudo en nuestro periplo por tierras aussies.
El caso es que la experiencia no fue en absoluto de nuestro agrado; fue una larga, fría e incómoda noche, durante la cual pudimos reflexionar, curiosamente de forma individual, sobre las tres semanas que teníamos por delante y la mejor forma de afrontarlas si queríamos sacar provecho del trayecto en campervan. También curiosamente, cuando amaneció el nuevo día y pusimos en común nuestras reflexiones, resultó que los tres coincidimos en que se habían acabado las áreas de servicio, que en definitiva eso eran la mayor parte de las zonas de acampada libre, y que para asegurar comodidad y entretenimiento durante las largas horas que seguían a la temprana oscuridad era mucho mejor optar por instalarnos cada día en un buen camping (campamento) o tourist park, algo que no nos debería resultar difícil por la numerosa oferta existente por toda la costa entre Sídney y Melbourne, y por ser temporada baja y, por tanto, haber poca demanda incluso entre la propia población australiana, tan proclive a la acampada, así como precios asequibles a cambio de excelentes recursos y servicios, como a partir de entonces pudimos comprobar, eso y lo acertado de nuestra decisión en pro de asegurar el éxito de nuestra aventura australiana. Todo ello sin olvidar lo más importante, que los mencionados tourist parks estaban ubicados casi por obligación en zonas altamente atractivas por lo extraordinario de su flora y de su fauna...
Al día siguiente reiniciamos nuestra andadura desde bien temprano, con un día espléndido por delante, haciendo camino costero por pueblecitos tan bucólicos y preciosos como Gerroa o Ulladulla, sitos en bahías espectaculares rodeadas de un paisaje verde y exuberante, dignos de admiración. El único pero a tanta belleza, una vez más, fue la impactante soledad que se respiraba en el ambiente; calles desoladas, cruzadas de forma intermitente por solitarias figuras que no se comunicaban entre ellas ni, por supuesto, con nosotros, meros espectadores del deprimente espectáculo; casas lujosas unas y muy limitadas otras, tipo bungalow sencillo hecho a base de materiales plásticos y con techo metálico, construcción que en adelante veríamos muy a menudo en distintas poblaciones de la zona, una de las consecuencias del extremadamente difícil acceso a una vivienda digna que padece el país.
Esa noche y otra más decidimos pernoctar (y no sólo eso) en un excelente camping, Kings Point Retreat, a la postre seguramente el mejor que tuvimos la suerte de conocer, en el cual pudimos disfrutar de salón de juegos, gimnasio, jacuzzi, cocina y otros servicios muy apreciables y apreciados, al margen de ser un campamento base ideal para conocer Ulladulla y sus alrededores. En la recepción del establecimiento conocimos una simpática muchacha que hablaba un poquito de español porque había viajado por España y Colombia, curiosa coincidencia, y que nos atendió de maravilla, segunda ocasión en que tal hecho sucedía.
Después de un par de días relajados y cómodos, seguimos nuestra andadura por la costa sur aussie, en este caso yendo a buscar una zona de plena naturaleza y reconocida por su abundante fauna, especialmente en cuanto a Kangaroos se refiere, Kalaru, con su principal municipio, Tathra, en las afueras del cual encontramos un camping extremadamente rupestre, bien diferente a nuestro anterior alojamiento, pero igualmente cómodo y agradable, desde el cual pudimos admirar el bosque australiano y ver nuestro primer canguro (al margen de los difuntos de los márgenes de la carretera), realmente un campeón de los canguros, enorme e hipermusculado, lo cual no invitaba precisamente a una excesiva aproximación, aunque mi hijo tenía tantas ganas de fotografiarse con él que al final nos acercamos y pudimos realizar unas fotos antes de que decidiera dar por finalizado nuestro breve intercambio social y alejarse mediante unos enormes saltos.
Al día siguiente seguimos nuestro camino en medio de un temporal de frío y lluvia que dio fin al ambiente primaveral que hasta entonces nos había acompañado, algo esperado desde que nos habían puesto sobre aviso respecto del inestable clima típico del Estado de Victoria, en el cual nos estábamos adentrando... Después de un día de conducción bajo un cielo gris y poco animoso, decidimos parar en un camping cercano a la carretera de la costa que seguíamos, sito concretamente en el municipio de Orbost, en donde a lo que sí nos animamos sin dudarlo fue a alquilar esta vez un bungalow que nos permitiera deshacernos de la humedad que nos acompañaba, darnos una buena ducha bien caliente y disfrutar de la calefacción y de la comodidad de las camas disponibles...
Después de pasar por Stratford, pueblo ubicado hacia el interior de la región, en donde disfrutamos de unas barbacoas a gas estupendas que nos permitieron darnos un banquete por todo lo alto, llegamos a Toora, población ganadera y preciosa, en donde pudimos pernoctar en otro camping espectacular, con excelentes servicios, especialmente el salón de juegos y la piscina cubierta con jacuzzi, que aprovechamos gustosamente durante unos ratos muy agradables entre paseo y paseo por la campiña llena a rebosar de ganado vacuno y por la cercana costa, rodeados de un mar verde impresionante e inacabable.
Finalmente, el 15 de agosto, después de otra etapa al volante recorriendo un vasto territorio pleno de flora y fauna de características peculiares, llegamos a la ciudad de Melbourne, en cuya entrada transitamos por la primera y única autopista de 4 y 5 carriles que vimos en Australia; una vez en el casco urbano nos dirigimos al moderno hostal que habíamos alquilado, ubicado en un barrio moderno y tranquilo, ligeramente alejado del centro urbano, en donde disponíamos de aparcamiento al aire libre y unas buenas condiciones de comodidad, además de tener al lado parada de autobús, de tranvía y estación de tren ligero en ruta hacia el centro de la urbe.
Melbourne es una ciudad tan espectacular como Sídney, pero al mismo tiempo diferente, seguramente, fue mi percepción, más fría, y no solo desde el punto de vista climático aunque posiblemente influenciado por ello. El centro urbano es muy variado y acogedor, encontrándonos justo al bajar del tren, al ladito mismo de Flinders Station, la catedral de Saint Paul, de gran belleza clásica, la cual contrasta enormemente con una gran plaza contigua que aloja una serie de edificios extremadamente singulares y de arquitectura ultramoderna, contraste impactante que curiosamente se antoja original y agradable, como agradable resulta pasear por las avenidas y parques de la zona, aunque, a diferencia de Sídney, ese espacio no desemboca en varias zonas portuarias multiservicios de estética y ambiente que invita al transeúnte al disfrute y al relax; el puerto de Mebourne es relativamente funcional y menos pensado para recibir a la gente con los brazos abiertos (siempre en comparación), pero la ciudad dispone de un espectacular recorrido verde a ambos lados del río Yarra, que la atraviesa de cabo a rabo, símil en cuanto a servicios y ambiente al puerto de Sídney, especialmente a la zona de Circular Quay y alrededores, con otro jardín botánico de ensueño en su haber.
Una salida que calificamos de estupenda nos llevó a recorrer en furgoneta el barrio de Saint Kilda, a lo largo de la costa sur de la ciudad, barrio colonial, pintoresco y muy bonito para la vista y para el alma, el cual nos arropó con un día cálido y precioso para acompañar de la mejor forma posible nuestro caminar por sus calles, parques y playas. Para cerrar la excursión llegamos ni más ni menos que a la playa de Brighton Beach, famosa donde las haya, para admirar sus conocidos bathing boxes o casetas de playa de pintorescos colores, frecuentadas por un número importante de turistas, principalmente orientales, a pesar de la época en que nos encontrábamos.
Para poner punto final a nuestra estancia en Melbourne, contaré que allá sí aprovechamos para visitar un restaurante colombiano y otro español, oferta que no supimos encontrar en Sídney, y aunque en ambos casos el menú estaba definitivamente muy adaptado al gusto australiano, algo normal por otra parte, la verdad es que pudimos disfrutar de algo parecido a los sabores familiares que tanto echábamos de menos, por lo que el alto coste de la restauración en Australia valió la pena.
El 18 de agosto, una vez dejamos atrás Melbourne y retomamos nuestra ruta en campervan, esta vez de vuelta a Sídney, pero con el ánimo de explorar nuevos territorios y disfrutar de nuevas experiencias, nuestra primera parada fue en los Gippsland Lakes, grandes lagos de agua transparente rodeados de múltiples brazos de tierra e islotes varios con espesos bosques y pueblecitos pesqueros enormemente tranquilos... Recalamos en un nuevo camping, muy completo y bonito, que en este caso nos sirvió exclusivamente de campamento base para acceder mediante un ferry (gratuito! Hay que decirlo...) a una preciosa isla cercana al continente, Raymond Island, en donde tuvimos el infinito placer de compartir tiempo y espacio, con cercanía realmente increíble, con numerosos canguros y, sobre todo, koalas, estos últimos nada fáciles de ver y que en esta isla están por todos lados, encaramados a los despejados y retorcidos eucaliptos que cubren la mayor parte del terreno y que te permiten observar con simpatía las evoluciones de estos tiernos animalitos. Realmente es una fauna curiosa y muy particular la australiana, principalmente a partir de las especies de marsupiales que todos nos sabemos de memoria y otras menos conocidas (canguros, koalas, wombats, zarigüeyas, demonio de Tasmania, etc.), y en este día pudimos zambullirnos de lleno en uno de sus hábitats amables (por cercanía con el hábitat humano) y disfrutar de una jornada especial e inolvidable; a posteriori de la excursión por el bosque de los koalas aún tuvimos tiempo, ya oscureciendo, para departir un rato con un grupo de 3 canguros muy simpáticos que se acercaron a agradecernos la visita y a despedirnos antes de embarcar de nuevo en el ferry que había de llevarnos de vuelta a Paynesville, que así se llamaba el pueblo en el que estábamos alojados.
Luego de esta primera etapa en el camino de vuelta, nos pusimos en marcha de nuevo con el objetivo de cubrir un recorrido similar, etapas con un kilometraje superior a las efectuadas en la ida, pero adecuadas al menor tiempo disponible ya hasta el momento de tener que devolver la furgoneta a su lugar de origen. Eden, ni más ni menos, es el nombre del siguiente lugar que visitamos, y no hace falta que os describa la magnificencia del portento natural que presenciamos, con playas y bosques impresionantes, aunque también con abundancia de reptiles, haciendo honor al nombre de la población, que los carteles que nos encontramos en el bosque calificaban de peligrosos. Además de ello, varias urbanizaciones llenas de casa lujosas y parques verdísimos daban fe del nivel de vida de la zona.
La penúltima etapa nos llevó, cómo no, a hacer un alto de nuevo en Kings Point Retreat, Ulladulla, nuestro idílico tourist park, pero esta vez solamente con el fin de acercarnos lo suficiente a Jervis Bay, bahia exuberante donde las haya, a visitar la playa que, según los australianos, tiene la arena más blanca del mundo, Hyams Beach, la cual no nos decepcionó en absoluto, no sé si por su blanquísima arena, por sus aguas turquesa, por el espesor del bosque a su alrededor, parte de un parque natural excepcional, o por todo ello junto, pero la verdad es que se trata de una parada ineludible para todo visitante de la costa sur aussie, al igual que otro paraje maravilloso y cercano, Greenfield Beach, en donde nos deleitamos con otra playa blanquísima y con una comida estupenda en un área de picnic única en medio de la espesura del bosque.
Por último, nuestra llegada a Sídney tuvo una transición desgraciadamente inevitable, representada por el único camping al sur de la ciudad, en unas afueras próximas al lugar de entrega de la furgoneta que nos había servido de transporte y de alojamiento durante buena parte de nuestra aventura australiana. Dado que debíamos devolver el vehículo a hora temprana de un nuevo día, 24 de agosto, no nos quedó más remedio que pasar el peaje de pernoctar en este camping que podríamos calificar de chabolista (sí, en Australia también existen espacios, urbanos, degradados...). En todo caso, lo realmente importante es que cumplimos con la logística y dedicamos nuestros últimos días a despedirnos como Dios manda de un país que, en términos generales, nos había encantado. Esa despedida incluyó estancia en un barrio bohemio y lleno de vida, New Town, realmente encantador y entretenido, recuerdo arquitectónico de la vieja Inglaterra pero ambientado en la vieja Irlanda...Incluyó visita a un viejo y enorme mercado de artesanía con todo aquello que uno se pueda imaginar y muchas más cosas que nunca se imaginaría, en donde hicimos todas las compras que requería el momento y los presentes familiares más originales ... Incluyó escapada en barco con el fin de avistar ballenas y delfines, mañana excepcional como pocas y exitosa al completo, pues disfrutamos como niños observando la evolución de múltiples delfines y cetáceos, aunque, sobre todo, de un par de ballenas jorobadas que hicieron las delicias de todos/as con su cercanía y coreografía de saltos y coletazos...Y, por último, incluyó una deliciosa comida de despedida en un restaurante del muelle de la ciudad, en un entorno magnífico que nos ofrecía a un lado el Opera House y al otro el océano sin fin ...
El 29 de agosto iniciamos el largo y exhausto trayecto de vuelta.
Antes de continuar, explicar que yo siempre he tenido una fijación importante con el país que nos ocupa en el presente escrito. Ya desde bien jovencito, prácticamente un adolescente, escuchaba por la radio las llamadas de las autoridades australianas animando a toda aquella persona que cumpliera unos mínimos requisitos a trasladarse a Australia a cambio de tierras en el interior del país, con el objetivo de ir poblando progresivamente ese vasto y salvaje territorio. Hoy día, como podéis suponer, los requisitos mencionados se han endurecido ferozmente, hasta el punto de vislumbrarse ya en el horizonte la desaparición de este peculiar y tradicional programa migratorio, en gran parte debido a la oleada, casi invasión, asiática que ha barrido las principales ciudades, y a que precisamente la inmigración se ha acabado concentrando casi de forma absoluta en las mismas, buscando un clima, unos servicios y, en definitiva, unas condiciones de vida mucho más amables que las propias del interior del país, incluso que las de la misma campiña costera entre metrópolis. En fin, como iba diciendo, debo reconocer que el mensaje que escuchaba día sí y día no a través de los medios de comunicación españoles caló en mi conciencia y consiguió que durante una buena temporada, llegados ya mis 18 años, incluso me plantease aprovechar la oportunidad que se me brindaba como una opción real de vida, hasta el punto de hablarlo con un amigo y quedar ambos en explorar dicho camino si una vez acabados los estudios universitarios la vida no nos sonreía de forma especialmente próspera en nuestro país. Claro está, el paso del tiempo te va obligando a tomar decisiones parciales cada una de ellas, pero que en su conjunto te van llevando por un camino muchas veces no previsto (admiro profundamente a aquellas personas que desde prácticamente la infancia tienen claro lo que quieren hacer con su vida y se marcan una hoja de ruta de la que no se alejan en ningún momento; eso va más allá de una vocación profesional, es una vocación de vida) y que finalmente te aleja de tus sueños adolescentes.
El hecho es que yo, sin haber tenido contacto previo con el país, sí tenía una relación emocional con Australia, algo que sin duda estaba pendiente de concreción, y que este viaje que quiero compartir con vosotros/as ha sido una buena manera de enhebrar la aguja (pasar una hebra de hilo por el ojo de una aguja de coser) ...
De entrada, como podéis suponer, comenzamos a preparar con seis meses de antelación todo lo relacionado con esta estancia de un mes (agosto 2019) en tierras australianas, procediendo a reservar vuelos, campervan e incluso algún hostal/albergue de soporte durante unos pocos días para hacernos más llevadera la ruta (no en vano uno ya tiene una edad que impone unos ciertos límites fisiológicos a las aventuras mochileras ...). Sobre los vuelos imprescindible hacerlo así, los precios pueden multiplicarse por 2 e incluso 3 en fechas más cercanas a la del viaje. Sobre la campervan, no existe una fluctuación tan importante, pero igualmente es aconsejable no esperar a última hora, ya que dependiendo del periodo vacacional es posible que ya no se encuentre lo que se busca. Sobre el alojamiento, fuera de lo que se reduce a dormir en la propia campervan, es más o menos indiferente la fecha de la reserva, los precios no varían de forma importante, principalmente porque son precios que en todo momento se mantienen en un nivel realmente elevado, y ya no me refiero al clásico y decente hotel de dos o tres estrellas al que estamos acostumbrados en Europa, sino a una especie de hostales/albergues en los que prima la comunidad, o sea, el compartir habitación, baño y cocina con otros/as viajeros/as, única manera de no gastar el presupuesto de un mes en una semana, y no lo digo únicamente por el precio del alojamiento en general, sino por el hecho comprobado de forma 100% empírica de la importancia que tiene allá poder comprar en el supermercado y cocinar tu comida cada uno de los días de la estancia, dados los estratosféricos precios de la restauración del país, incluso superiores, diría yo, a los del alojamiento turístico y, en todo caso, comunes a los de la hostelería en general. Nosotros, valga decirlo, reservamos en estos hostales unos pocos días en cada gran ciudad (Sídney y Melbourne), siempre, eso sí, en habitaciones privadas (compartiendo todo lo demás...), para poder recorrerlas y disfrutarlas con un mínimo de comodidad.
Al margen de estos preparativos, los referidos al equipaje, el cual es preferible livianizar en lo posible y acotar en mochilas manejables para facilitar su transporte y gestión durante la road trip (las campervan no lucen por su capacidad de almacenaje, dado que ya van muy cargadas con los pertrechos para hacer frente al sueño y la alimentación). Por supuesto, la moneda extranjera, dólares australianos (aproximadamente 1,50$ por cada euro), efectivo que se puede reducir a la mínima expresión, dado que si se transita por la zona amable de Australia (costa este/sudeste entre Brisbane y Adelaida) acabas comprobando que no lo necesitas más que para pagar en las lavanderías (y aún allí te cambian billetes por monedas sin ningún problema), siendo además mucho más eficiente el pago con tarjeta, dado que el cambio, aun sumando la comisión, es mucho más ajustado al mercado que no el que te puedan ofrecer las empresas de cambio de divisas, realmente onerosas.
A todo esto, finalmente llegó el 31 de julio y emprendimos vuelo mi mujer, mi hijo menor y yo hacia tierras de Australia, concretamente hacia Sídney, con escala en Doha (Catar), vuelo cuyo primer tramo duró unas 7 horas, con 3 más de conexión en el aeropuerto catarí, realmente espectacular, puro lujo, y cuya segunda etapa nos llevó a nuestro destino en unas 14 horas aproximadamente, llegando todos nosotros realmente vapuleados, con el cuerpo insensible y sin energía de ningún tipo, dando gracias al prudente razonamiento que nos condujo a reservar hostal en Sídney durante los primeros 5 días de estancia, decisión estratégica para poder recuperarnos del viaje, superar el jet lag o trastorno de desfase horario, especialmente duro en un trayecto de estas características, y, por supuesto, para conocer y disfrutar de una ciudad tan espectacular como Sídney, ubicada en el Estado de Nueva Gales del Sur.
La suerte nos acompañó en el trayecto desde el aeropuerto al hostal, dado que el transporte público en la ciudad es excelso y, aunque caro, funciona como un reloj, y pudimos trasladarnos de forma muy cómoda hasta el mismo centro y justito al lado de nuestro alojamiento temporal, lo cual fue una primera alegría para el cuerpo que agradecimos por igual. El hostal, aunque un poco cutre, ofrecía lo necesario para dormir, asearte y cocinar, así como una atención que nos sorprendió por exquisita (gracias y saludos Ben), y en el cual ya empezamos a vislumbrar que al tratarse de temporada baja (invierno, eso sí, suave y templado - entre 18 y 22 grados -) íbamos a tener cierta agradable intimidad en los espacios en los que nos tendríamos que ubicar y mover, haciendo más asequible la idea de tener que compartirlos con otras personas.
Esta primera etapa de nuestra estancia en Australia la pasamos recorriendo el maravilloso centro de la ciudad de Sídney, disfrutando de su benévolo clima y de sus atractivos urbanos y naturales, los cuales generan una armonía deliciosa para la ciudadanía, promoviendo la ocupación, el uso y el disfrute de los diferentes espacios diseñados para el ejercicio de la vida social. También hay que decir que el idilio con la ciudad iba acompañado de un desasosiego que parecía a todas luces interminable a causa del desajuste del sueño, una tortura que no nos permitía dormir de noche y nos mantenía aletargados y somnolientos de día, y que prácticamente nos duró hasta la finalización de esta primera etapa en la ciudad más poblada de Australia, después de cinco días de largos y agradables paseos visitando la zona portuaria y sus alrededores, llena y llenos de vida y belleza: Bridge Harbour, Opera House, Old Town, Royal Botanics Garden, Darling Harbour, etc. Realmente he de decir que en pocas ciudades de este tamaño he encontrado un ambiente tan acogedor y adecuado para el desarrollo de la vida de las personas; creo que al margen de los aspectos climáticos, llegamos a la conclusión (obvia) de que en Australia cuidan de forma excepcional y detallada el servicio a la población, intentan que toda persona que se encuentre en un determinado centro urbano tenga a su alcance los servicios básicos que se puedan considerar indispensables (eso sí, otra cuestión es el precios de los mismos), además de un entorno adecuado para sentirse a gusto. Por ejemplo, en ningún otro lugar de los que he recorrido en mi vida he visto el despliegue de baños públicos, y en perfectas condiciones de limpieza y funcionamiento, que hemos podido observar y disfrutar en estas tierras, principalmente, claro está, en las grandes ciudades, baños además totalmente gratuitos, y que en ocasiones contaban además con duchas de agua caliente... Es también increíble el buen gusto y cuidado de las grandes superficies de espacio natural que reservan para el ocio y deleite de los ciudadanos y ciudadanas, y que inundan la urbe de una armonía deliciosa, algo que nuestra familia disfrutó en grado sumo. Huelga decir que otros importantes servicios, como pueden ser el transporte público y la hostelería, mantienen el nivel comentado, pero en este caso ya a costa de una exigencia económica que en algunos casos roza lo esperpéntico, y que por lo que nos comentaron en el propio país sería extensible a la vivienda, la sanidad y la educación, supuestos que, por tanto, ya no casarían tanto con la visión idílica transmitida hasta el momento, y más bien darían visos de una sociedad con una visión muy yanqui del capitalismo, algo que durante el desarrollo de nuestro viaje podríamos acabar de comprobar.
En los últimos coletazos de estos primeros cinco días, mientras recuperábamos por fin el norte de nuestro cerebro y extremidades y nos disponíamos a iniciar la aventura en campervan, aprovechamos para acercarnos a la zona playera más conocida de Sídney, Bondi Beach, para saborear el ambiente surfista característico y pasar un día tranquilo a orillas del mar.
Por fin llegó el día, 7 de agosto, y nos dispusimos a cargar los bártulos y salir para la empresa de alquiler de campervans, en las afueras de la ciudad, muy cerquita del aeropuerto internacional. Una vez allí, y después de una atención exquisita y didáctica acerca del funcionamiento de los variados artilugios y prestaciones de la furgoneta que nos iba a trasladar y alojar por el territorio australiano durante 18 días, nos pusimos en marcha, en primera instancia, hacia un supermercado, con el fin de abastecer nuestra despensa para los siguientes días, y, posteriormente, en dirección a nuestro primer destino costero en el camino hacia Melbourne, Killalea State Park, en donde se suponía que íbamos a disfrutar de nuestro primer y explosivo contacto con la naturaleza exuberante que se veía por doquier en esta franja litoral enmarcada por una cordillera al norte y por el océano al sur ... Nada más lejos de la realidad, no he comentado que los días australianos en esta época son realmente cortos, y que a partir de las 17 horas ya se hace prácticamente de noche, además de que las carreteras australianas, al menos por la zona costera, tampoco son especialmente rápidas, pues la orografía es complicada y condiciona tanto su diseño como la circulación por las mismas, la cual se debe realizar con cuidado y a velocidad muy controlada (en muchos tramos el tope era 80 km/h), entre otras cosas debido también a la cantidad de animales que te puedes encontrar cruzando la vía (canguros, wombats, etc.); en definitiva, cuando llegamos al destino mencionado no se daban las condiciones de horario y de visibilidad más adecuadas para perdernos por los bosques y las playas que suponíamos tan apetecibles, hecho que una vez constatado, y ante nuestra perceptible decepción, nos obligó a buscar sitio para una primera noche de acampada, primera noche que marcaría el devenir del resto del trayecto en campervan.
Esa noche la pasamos en zona de acampada libre, una de esas que los blogs recomiendan por disponer de los servicios necesarios, por estar en medio de exuberante naturaleza y por facilitar las relaciones sociales e, incluso, la diversión...En nuestro caso vivimos una experiencia totalmente diferente, pues los servicios (y nunca mejor dicho) existían pero estaban en un estado digamos mejorable, la naturaleza se intuía y, de hecho, se veía pero en la lejanía, mientras que la supuesta sociabilidad australiana, reducido sensiblemente el público objetivo por la temporada invernal, quedaba en manos de unos/as pocos/as australianos/as quizá medio hippies, pero más bien hoscos y poco dados a compartir ni tan siguiera la mirada con una familia extranjera, algo que, en contra de lo que promulgan las redes, nos encontramos demasiado a menudo en nuestro periplo por tierras aussies.
El caso es que la experiencia no fue en absoluto de nuestro agrado; fue una larga, fría e incómoda noche, durante la cual pudimos reflexionar, curiosamente de forma individual, sobre las tres semanas que teníamos por delante y la mejor forma de afrontarlas si queríamos sacar provecho del trayecto en campervan. También curiosamente, cuando amaneció el nuevo día y pusimos en común nuestras reflexiones, resultó que los tres coincidimos en que se habían acabado las áreas de servicio, que en definitiva eso eran la mayor parte de las zonas de acampada libre, y que para asegurar comodidad y entretenimiento durante las largas horas que seguían a la temprana oscuridad era mucho mejor optar por instalarnos cada día en un buen camping (campamento) o tourist park, algo que no nos debería resultar difícil por la numerosa oferta existente por toda la costa entre Sídney y Melbourne, y por ser temporada baja y, por tanto, haber poca demanda incluso entre la propia población australiana, tan proclive a la acampada, así como precios asequibles a cambio de excelentes recursos y servicios, como a partir de entonces pudimos comprobar, eso y lo acertado de nuestra decisión en pro de asegurar el éxito de nuestra aventura australiana. Todo ello sin olvidar lo más importante, que los mencionados tourist parks estaban ubicados casi por obligación en zonas altamente atractivas por lo extraordinario de su flora y de su fauna...
Al día siguiente reiniciamos nuestra andadura desde bien temprano, con un día espléndido por delante, haciendo camino costero por pueblecitos tan bucólicos y preciosos como Gerroa o Ulladulla, sitos en bahías espectaculares rodeadas de un paisaje verde y exuberante, dignos de admiración. El único pero a tanta belleza, una vez más, fue la impactante soledad que se respiraba en el ambiente; calles desoladas, cruzadas de forma intermitente por solitarias figuras que no se comunicaban entre ellas ni, por supuesto, con nosotros, meros espectadores del deprimente espectáculo; casas lujosas unas y muy limitadas otras, tipo bungalow sencillo hecho a base de materiales plásticos y con techo metálico, construcción que en adelante veríamos muy a menudo en distintas poblaciones de la zona, una de las consecuencias del extremadamente difícil acceso a una vivienda digna que padece el país.
Esa noche y otra más decidimos pernoctar (y no sólo eso) en un excelente camping, Kings Point Retreat, a la postre seguramente el mejor que tuvimos la suerte de conocer, en el cual pudimos disfrutar de salón de juegos, gimnasio, jacuzzi, cocina y otros servicios muy apreciables y apreciados, al margen de ser un campamento base ideal para conocer Ulladulla y sus alrededores. En la recepción del establecimiento conocimos una simpática muchacha que hablaba un poquito de español porque había viajado por España y Colombia, curiosa coincidencia, y que nos atendió de maravilla, segunda ocasión en que tal hecho sucedía.
Después de un par de días relajados y cómodos, seguimos nuestra andadura por la costa sur aussie, en este caso yendo a buscar una zona de plena naturaleza y reconocida por su abundante fauna, especialmente en cuanto a Kangaroos se refiere, Kalaru, con su principal municipio, Tathra, en las afueras del cual encontramos un camping extremadamente rupestre, bien diferente a nuestro anterior alojamiento, pero igualmente cómodo y agradable, desde el cual pudimos admirar el bosque australiano y ver nuestro primer canguro (al margen de los difuntos de los márgenes de la carretera), realmente un campeón de los canguros, enorme e hipermusculado, lo cual no invitaba precisamente a una excesiva aproximación, aunque mi hijo tenía tantas ganas de fotografiarse con él que al final nos acercamos y pudimos realizar unas fotos antes de que decidiera dar por finalizado nuestro breve intercambio social y alejarse mediante unos enormes saltos.
Al día siguiente seguimos nuestro camino en medio de un temporal de frío y lluvia que dio fin al ambiente primaveral que hasta entonces nos había acompañado, algo esperado desde que nos habían puesto sobre aviso respecto del inestable clima típico del Estado de Victoria, en el cual nos estábamos adentrando... Después de un día de conducción bajo un cielo gris y poco animoso, decidimos parar en un camping cercano a la carretera de la costa que seguíamos, sito concretamente en el municipio de Orbost, en donde a lo que sí nos animamos sin dudarlo fue a alquilar esta vez un bungalow que nos permitiera deshacernos de la humedad que nos acompañaba, darnos una buena ducha bien caliente y disfrutar de la calefacción y de la comodidad de las camas disponibles...
Después de pasar por Stratford, pueblo ubicado hacia el interior de la región, en donde disfrutamos de unas barbacoas a gas estupendas que nos permitieron darnos un banquete por todo lo alto, llegamos a Toora, población ganadera y preciosa, en donde pudimos pernoctar en otro camping espectacular, con excelentes servicios, especialmente el salón de juegos y la piscina cubierta con jacuzzi, que aprovechamos gustosamente durante unos ratos muy agradables entre paseo y paseo por la campiña llena a rebosar de ganado vacuno y por la cercana costa, rodeados de un mar verde impresionante e inacabable.
Finalmente, el 15 de agosto, después de otra etapa al volante recorriendo un vasto territorio pleno de flora y fauna de características peculiares, llegamos a la ciudad de Melbourne, en cuya entrada transitamos por la primera y única autopista de 4 y 5 carriles que vimos en Australia; una vez en el casco urbano nos dirigimos al moderno hostal que habíamos alquilado, ubicado en un barrio moderno y tranquilo, ligeramente alejado del centro urbano, en donde disponíamos de aparcamiento al aire libre y unas buenas condiciones de comodidad, además de tener al lado parada de autobús, de tranvía y estación de tren ligero en ruta hacia el centro de la urbe.
Melbourne es una ciudad tan espectacular como Sídney, pero al mismo tiempo diferente, seguramente, fue mi percepción, más fría, y no solo desde el punto de vista climático aunque posiblemente influenciado por ello. El centro urbano es muy variado y acogedor, encontrándonos justo al bajar del tren, al ladito mismo de Flinders Station, la catedral de Saint Paul, de gran belleza clásica, la cual contrasta enormemente con una gran plaza contigua que aloja una serie de edificios extremadamente singulares y de arquitectura ultramoderna, contraste impactante que curiosamente se antoja original y agradable, como agradable resulta pasear por las avenidas y parques de la zona, aunque, a diferencia de Sídney, ese espacio no desemboca en varias zonas portuarias multiservicios de estética y ambiente que invita al transeúnte al disfrute y al relax; el puerto de Mebourne es relativamente funcional y menos pensado para recibir a la gente con los brazos abiertos (siempre en comparación), pero la ciudad dispone de un espectacular recorrido verde a ambos lados del río Yarra, que la atraviesa de cabo a rabo, símil en cuanto a servicios y ambiente al puerto de Sídney, especialmente a la zona de Circular Quay y alrededores, con otro jardín botánico de ensueño en su haber.
Una salida que calificamos de estupenda nos llevó a recorrer en furgoneta el barrio de Saint Kilda, a lo largo de la costa sur de la ciudad, barrio colonial, pintoresco y muy bonito para la vista y para el alma, el cual nos arropó con un día cálido y precioso para acompañar de la mejor forma posible nuestro caminar por sus calles, parques y playas. Para cerrar la excursión llegamos ni más ni menos que a la playa de Brighton Beach, famosa donde las haya, para admirar sus conocidos bathing boxes o casetas de playa de pintorescos colores, frecuentadas por un número importante de turistas, principalmente orientales, a pesar de la época en que nos encontrábamos.
Para poner punto final a nuestra estancia en Melbourne, contaré que allá sí aprovechamos para visitar un restaurante colombiano y otro español, oferta que no supimos encontrar en Sídney, y aunque en ambos casos el menú estaba definitivamente muy adaptado al gusto australiano, algo normal por otra parte, la verdad es que pudimos disfrutar de algo parecido a los sabores familiares que tanto echábamos de menos, por lo que el alto coste de la restauración en Australia valió la pena.
El 18 de agosto, una vez dejamos atrás Melbourne y retomamos nuestra ruta en campervan, esta vez de vuelta a Sídney, pero con el ánimo de explorar nuevos territorios y disfrutar de nuevas experiencias, nuestra primera parada fue en los Gippsland Lakes, grandes lagos de agua transparente rodeados de múltiples brazos de tierra e islotes varios con espesos bosques y pueblecitos pesqueros enormemente tranquilos... Recalamos en un nuevo camping, muy completo y bonito, que en este caso nos sirvió exclusivamente de campamento base para acceder mediante un ferry (gratuito! Hay que decirlo...) a una preciosa isla cercana al continente, Raymond Island, en donde tuvimos el infinito placer de compartir tiempo y espacio, con cercanía realmente increíble, con numerosos canguros y, sobre todo, koalas, estos últimos nada fáciles de ver y que en esta isla están por todos lados, encaramados a los despejados y retorcidos eucaliptos que cubren la mayor parte del terreno y que te permiten observar con simpatía las evoluciones de estos tiernos animalitos. Realmente es una fauna curiosa y muy particular la australiana, principalmente a partir de las especies de marsupiales que todos nos sabemos de memoria y otras menos conocidas (canguros, koalas, wombats, zarigüeyas, demonio de Tasmania, etc.), y en este día pudimos zambullirnos de lleno en uno de sus hábitats amables (por cercanía con el hábitat humano) y disfrutar de una jornada especial e inolvidable; a posteriori de la excursión por el bosque de los koalas aún tuvimos tiempo, ya oscureciendo, para departir un rato con un grupo de 3 canguros muy simpáticos que se acercaron a agradecernos la visita y a despedirnos antes de embarcar de nuevo en el ferry que había de llevarnos de vuelta a Paynesville, que así se llamaba el pueblo en el que estábamos alojados.
Luego de esta primera etapa en el camino de vuelta, nos pusimos en marcha de nuevo con el objetivo de cubrir un recorrido similar, etapas con un kilometraje superior a las efectuadas en la ida, pero adecuadas al menor tiempo disponible ya hasta el momento de tener que devolver la furgoneta a su lugar de origen. Eden, ni más ni menos, es el nombre del siguiente lugar que visitamos, y no hace falta que os describa la magnificencia del portento natural que presenciamos, con playas y bosques impresionantes, aunque también con abundancia de reptiles, haciendo honor al nombre de la población, que los carteles que nos encontramos en el bosque calificaban de peligrosos. Además de ello, varias urbanizaciones llenas de casa lujosas y parques verdísimos daban fe del nivel de vida de la zona.
La penúltima etapa nos llevó, cómo no, a hacer un alto de nuevo en Kings Point Retreat, Ulladulla, nuestro idílico tourist park, pero esta vez solamente con el fin de acercarnos lo suficiente a Jervis Bay, bahia exuberante donde las haya, a visitar la playa que, según los australianos, tiene la arena más blanca del mundo, Hyams Beach, la cual no nos decepcionó en absoluto, no sé si por su blanquísima arena, por sus aguas turquesa, por el espesor del bosque a su alrededor, parte de un parque natural excepcional, o por todo ello junto, pero la verdad es que se trata de una parada ineludible para todo visitante de la costa sur aussie, al igual que otro paraje maravilloso y cercano, Greenfield Beach, en donde nos deleitamos con otra playa blanquísima y con una comida estupenda en un área de picnic única en medio de la espesura del bosque.
Por último, nuestra llegada a Sídney tuvo una transición desgraciadamente inevitable, representada por el único camping al sur de la ciudad, en unas afueras próximas al lugar de entrega de la furgoneta que nos había servido de transporte y de alojamiento durante buena parte de nuestra aventura australiana. Dado que debíamos devolver el vehículo a hora temprana de un nuevo día, 24 de agosto, no nos quedó más remedio que pasar el peaje de pernoctar en este camping que podríamos calificar de chabolista (sí, en Australia también existen espacios, urbanos, degradados...). En todo caso, lo realmente importante es que cumplimos con la logística y dedicamos nuestros últimos días a despedirnos como Dios manda de un país que, en términos generales, nos había encantado. Esa despedida incluyó estancia en un barrio bohemio y lleno de vida, New Town, realmente encantador y entretenido, recuerdo arquitectónico de la vieja Inglaterra pero ambientado en la vieja Irlanda...Incluyó visita a un viejo y enorme mercado de artesanía con todo aquello que uno se pueda imaginar y muchas más cosas que nunca se imaginaría, en donde hicimos todas las compras que requería el momento y los presentes familiares más originales ... Incluyó escapada en barco con el fin de avistar ballenas y delfines, mañana excepcional como pocas y exitosa al completo, pues disfrutamos como niños observando la evolución de múltiples delfines y cetáceos, aunque, sobre todo, de un par de ballenas jorobadas que hicieron las delicias de todos/as con su cercanía y coreografía de saltos y coletazos...Y, por último, incluyó una deliciosa comida de despedida en un restaurante del muelle de la ciudad, en un entorno magnífico que nos ofrecía a un lado el Opera House y al otro el océano sin fin ...
El 29 de agosto iniciamos el largo y exhausto trayecto de vuelta.
Interesante, se queda uno sin palabras, porfa sigue con otro viaje a ver cuando no solo leo, sino que puedo compartir y comparar sensaciones.
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