DIVAGACIONES VARIAS
Hoy me
apetece compartir una serie de divagaciones sobre aspectos peculiares y más o
menos característicos del ser humano actual:
Evolución
generacional
Progreso,
individualismo y debilidad
Racionalidad
obsesiva y censura
Redes sociales
y cobardía
Ética social
e individual
Creo que
siempre he sido una persona pesimista, supongo que ello va en la naturaleza de
cada cual, sin descartar la existencia de una herencia genética o educativa que
tenga algo que ver en ello. En todo caso, cada vez tengo más claro que el ser
optimista o pesimista marca profundamente tu existencia misma, porque
condiciona totalmente la visión de vida y de cada una de las cosas que
acontecen a lo largo de ella; como se suele decir, se puede ver la botella medio
vacía o medio llena, y así con todos los supuestos y situaciones que se deben
afrontar a diario, por lo que realmente el efecto de esta característica de
nuestra personalidad puede ser devastador. Claro está que existen otras
bondades del carácter que pueden compensar en parte los efectos negativos del
aspecto comentado, como, por ejemplo, el espíritu de superación, el
inconformismo ante la injusticia, el impulso ético, hasta se podría incluir en
la lista el orgullo positivo, referido a aquel que sirve de motor para ser
mejor persona y realizar una mayor y mejor aportación a la sociedad, dejando de
lado, eso sí, el orgullo enfermizo que por desgracia acompleja e inutiliza a
muchos seres humanos, cuyo ego no les permite ver la realidad tal cual es, y,
según mi humilde opinión, fuente de una excesiva soberbia y autocomplacencia que
pueden acabar derivando en desdén primero y en xenofobia después.
Supongo que
os preguntaréis a qué viene toda esta disquisición casi filosófica, en la cual
me he extendido más de lo previsto inicialmente, pero mi intención es bien
simple, introducir un aspecto del carácter humano que para mí representa el nexo
común de la serie de reflexiones que desarrollo a continuación:
En primera
instancia quería expresar mi visión del asunto del relevo generacional,
cuestión que creo clave en la interrelación entre seres humanos, sobre todo en
tiempos en que la velocidad a la que progresan las sociedades convierte los
típicos saltos generacionales en abismos. Yo confieso que me siento confuso y
perdido, transitando por un escenario en el que cada vez existen menos
referencias en forma de valores compartidos, en el que la percepción de la vida
de las nuevas generaciones no tiene nada que ver con la de las anteriores, en
el que los dispositivos electrónicos han sustituido a los libros e incluso a la
conversación personal, en el que el número de jóvenes que deben gestionar la separación,
muchas veces no amistosa, de los padres sin estar preparados para ello (puesto
que de hecho no lo está la propia sociedad) es apabullante… Este tipo de
situaciones avanza sin descanso, abriendo una brecha mental cada vez más
profunda, hasta el punto de inutilizar la fuerza y la eficacia del ejemplo, uno
de los motores tradicionales de la educación, puesto que qué ejemplo vas a dar
a quienes viven ya en otro mundo muy distinto al tuyo, a aquellos que por
primera vez, incluso aunque ciertamente de adultos pierdan calidad de vida
respecto de la que disfrutaron en el hogar de su niñez, niegan el respeto
debido a la experiencia y sabiduría de unos padres a los que perciben como algo
obsoleto y fuera de lugar, y a los que en muchos casos sustituyen como
referencia por figuras destacadas del mundo actual de la comunicación, en el
cual medran todo tipo de personajes analfabetos, sin escrúpulos y sin honor ni
ética, a la búsqueda de la fama y el dinero fácil, por lo cual no son
precisamente los mejores ejemplos a seguir. Las consecuencias de este caldo de
cultivo pueden llegar a ser desesperantes, dada su probable afectación sobre el
comportamiento general y el académico en particular de la juventud, que en
muchos casos está derivando en desmotivación hacia los quehaceres cotidianos, en
desinterés por el futuro, y en ninismo
y agresividad hacia su entorno.
Enlazando
con esta reflexión, otorgaría significado propio a la influencia del progreso y
el incremento del nivel de vida en una mayor comodidad y seguridad para nuestra
existencia, pero también en el desarrollo de actitudes y hábitos que probable y
curiosamente a la larga acabarán menoscabando nuestra calidad de vida. Creo que
es un dato real que las sociedades más avanzadas son también las más
individualistas y frías desde el punto de vista de la sociabilidad y la
solidaridad entre seres humanos, por no decir también las más tristes y
depresivas, y visto está, España es un claro ejemplo, de que aquellos países
que en la actualidad avanzan en el sentido del progreso pierden a marchas
forzadas características gregarias que en el pasado se encontraban entre las
principales inductoras de la creatividad, el ingenio y el incremento del
raciocinio general y particular que precisamente permitió a la humanidad
realizar progresos fundamentales a lo largo de su historia. Esta aparente
contradicción se refuerza en su aspecto más negativo con la debilidad creciente
que experimenta un ser humano cada vez más acostumbrado a vivir cómodamente y
con unos niveles de seguridad exquisitos, y que ante cualquier tipo de
obstáculo se vence con mucha mayor facilidad que sus antepasados, endurecidos
por la adversidad; claramente me estoy refiriendo a la sociedad occidental, pero
supuesto que será de tránsito seguro para los denominados países en desarrollo.
De hecho, creo firmemente que aunque la evolución del ser humano, gracias a los
progresos en salubridad, higiene, sanidad y alimentación, conlleva mayor
esperanza y calidad de vida, en contrapartida, a causa de esa misma comodidad y
oxidación fisiológica y psicológica (sedentarismo, contaminación ambiental y
alimentaria, estrés cotidiano …),cada generación es más débil que la anterior, con
mayores limitaciones en su reacción y superación ante la adversidad, con
menores recursos físicos y emocionales, y con mayor propensión a la depresión y
a la tristeza. Esto último, para cerrar el círculo, y a mi entender, está
directamente relacionado con el hecho de que el ser humano es por naturaleza
gregario, y que el individualismo creciente y el desinterés por el otro (a no
ser que ese otro se encuentre a distancia y frente a un aparato electrónico)
acaban por conducir a la soledad y al deterioro emocional.
Continuaría
con esta reflexión múltiple incidiendo en lo que a mi parecer se trata de una
racionalidad obsesiva que se está intentando imponer en todos los órdenes de la
vida, tanto por parte de las instancias de gobierno, sean estatales,
autonómicas o locales, como desde las asociaciones y entidades de todo tipo que
tienen o creen tener algo que decir en aspectos fundamentales de las relaciones
humanas. Es cierto que los/las humanos/as somos seres racionales, pero
algunos/as quieren llevar este aspecto al límite, alejándonos cada vez más no
ya de la naturaleza, con la cual de convivir hemos pasado a estar enfrentados,
sino yo diría que también de la naturalidad misma. Cada vez se impone un
comportamiento más racional, pero también más artificial, en las relaciones
personales y sociales en general, con la pareja, con los padres, con los hijos,
con el espíritu santo… cada vez establecemos más referencias políticamente
correctas, segregando aquellas actitudes que por rebeldía o, como decía,
simplemente por naturalidad se escapan de ese escaparate modelo, y lo
preocupante es que lo hacemos con ansiedad, con precipitación y de forma
obsesiva en muchos casos, buscando una perfección que solamente nos puede
llevar a la frustración. Esta moda creciente marcada por hitos tan importantes
como la idealización de la educación de los/las hijos/as hasta un punto que
pareciese que las formas y los fondos de pasadas generaciones fuesen totalmente
erróneas y algo a borrar de nuestras mentes urgentemente, o los objetivos de un
feminismo radicalizado que parece querer hacer pagar a las generaciones
actuales de varones por los errores de sus antepasados; en todo caso, el
problema no es el contenido de estos y otros muchos supuestos actuales, el muro
contra el que se enfrentan estas actitudes es aquello contra lo que parecen
luchar, y es que los seres humanos somos animales, racionales sí, pero
animales, con instintos y reacciones que no podrán apagar por mucho que se
esfuercen, y que pretender ahogar y limitar nuestro comportamiento con base
exclusivamente en la razón, a la búsqueda de un mundo ideal, solamente
comportará, como he dicho, frustración, tristeza y depresión, sencillamente
porque somos humanos, no robots. Con esto no pretendo decir que la humanidad no
tenga que seguir progresando en actitud y mejorando su comportamiento
individual y social, todo lo contrario, pero no creo en esta especie de fiebre
censora que barre España, aunque posiblemente se trate de un fenómeno mundial,
en un acto de fe que parece querer llevarnos a liderar la cuadratura del
círculo más germánica.
Curiosamente,
además, todo esto se produce en un momento en que, como ya he dicho
anteriormente, la pérdida de valores de las nuevas generaciones (gracias en
parte a la nueva teoría educacional ideal,
cuyas máximas gloriosas derivan casi siempre en una relación de amiguismo con
los/las hijos/as de consecuencias perniciosas que todos/as creo vamos
conociendo…) se combina con la invasión generalizada de las nuevas tecnologías
de la información, las cuales están contribuyendo decisivamente a cambiar el
mundo conocido por otro que no afirmo que sea peor, pero para el cual
claramente aún no estamos preparados/as, todo lo cual confluye en un escenario
de descontrol en abierta contradicción con las motivaciones racionales
anteriormente expuestas, y que genera una complejidad que o nos arremangamos y
nos disponemos a afrontar social, política y judicialmente, o nos pueden llover
complicaciones que ahora mismo ni nos imaginamos. En concreto, analizando el
fenómeno de las redes sociales (que no se pude entender, claro está, sin la
generalización del uso del móvil desde edades preocupantemente tempranas), a
las que la mayoría de jóvenes y no tan jóvenes se han enganchado de forma
febril, pero que en el caso de los primeros está generando una dependencia que
está afectando a todos los órdenes de su vida, limitando su capacidad de
concentración e incluso su interés por otras cuestiones fundamentales para su
futuro, hay que poner énfasis en dos líneas de comportamiento que se han
extendido como la espuma en nuestra sociedad: la primera referida al
ensimismamiento de uno y su móvil, que sorprendentemente prioriza la
comunicación con terceros no presentes que con aquella/s persona/s que se encuentra/n
enfrente tuyo, lo que me conduce a pensar en cuál será el futuro de las
relaciones humanas, y si la autorepresión del comportamiento social natural
derivará en cobardía ante situaciones que deberían ser cotidianas en las
relaciones personales, pues cobardía es lo que alimenta cada día el uso de las
redes sociales, comportamiento sostenible gracias al parapeto que representa
el anonimato o, en todo caso, la
comodidad de no tener delante aquel o aquella al o a la que, por desgracia
comúnmente, estás lapidando verbalmente (hábito indeseable que se ha instalado
en nuestro país y me temo que en la mayor
parte del planeta).
Por último,
solamente me queda redondear este cúmulo de inquietudes con un llamamiento a la
ética social e individual, porque no podemos pedir a los demás lo que no rige
para nosotros/as mismos/as. Sin lugar a dudas estamos en una sociedad hipócrita
desde los cimientos, donde no solo la política está impregnada de corrupción,
sino que desgraciadamente esta llega a las puertas de una buena parte de la
población, población que en muchos casos prima el ventajismo económico, el
enchufismo y la endogamia, así como el fraude y la estafa, intentando sacar
provecho de cualquier oportunidad de conseguir recursos o ventajas diversas de
forma gratuita; y no me estoy refiriendo solamente a banqueros y empresarios,
porque al final todos ponemos nuestro grano de arena en la medida en que entrevemos
cualquier posible rentabilidad, y no vale excusarse en el comportamiento de
los/as más poderosos/as i/o adinerados/as.
Como habéis
podido comprobar, y ya lo avisé, tiendo al pesimismo, pero también intento ser ético e inconformista, por lo que mi grano de arena, al
menos en este caso, consiste en tocar vuestra fibra sensible y motivaros, sería
genial conseguirlo en algún caso, a que realicéis un ejercicio de
autoevaluación respecto de todos los temas aquí simplemente esbozados, os
aseguro que es un deleite para el alma.
El pesimismo es un sentimiento que conduce a la reflexión y a la prudencia. Siempre se ha sobrevalorado el ser positivo, pero este en muchos casos conduce a la frustración. Aunque se diga que desde Sócrates se conocen frases tales como esta: "La juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores, y chismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto. Contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad, devoran en la mesa los postres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros", lo que es relevante es que antes este tipo de jóvenes eran la excepción hoy, son el común. Por tanto, las sociedades desde su pilar, la familia, están más debilitadas y es ello, lo que nos lleva no tanto a ser pesimistas, sino a mirar la realidad con desazón y desconcierto.
ResponderEliminar